El juicio de los 7 de Chicago y una cuestión de formas

Todo es una cuestión de formas. El lenguaje puede venderse como medio de expresión de un texto, pero también puede ser un medio para vender un texto que no existe. La forma no implica fondo. Y el cine, en especial, es, ante todo, una cuestión de formas. Lo que, por otro lado, facilita la tarea de vender formas sin fondo ―aunque esto es materia de otro debate―. Otra sería la reflexión sobre cómo cada fondo requiere de una forma determinada, que los hace, en realidad, una unidad indivisible, y no sólo por definición. Pero superemos esta introducción tan críptica, que, con un poco de suerte ―y sí soy capaz de usar bien el lenguaje y no perder el fondo por las formas―, encontrará algún tipo de significado al final de este texto. 


Mark Rylance, Ben Shenkman, Eddie Redmayne, Alex Sharp y Yahya Abdul-Mateen II en El juicio de los 7 de Chicago (2020)

El juicio de los 7 de Chicago, a mi parecer, trata fundamentalmente esta cuestión. Una película, a priori, que sigue el clásico género judicial y aborda la historia real del que fue un juicio político a finales de la década de los sesenta en la ciudad que da nombre a la cinta, contra los líderes de manifestaciones que reivindicaban la paz en Vietnam, acusados de conspiración. 


Esta, aquí descrita, es la historia, la trama. Si alguien les preguntara de qué iba la última película que vieron en Netflix, tal vez responderían algo similar. Con toda seguridad, además, si son ustedes historiadores añadirán un contexto mucho más prolífico, deteniéndose en sus consecuencias políticas y aportando algunos precedentes que, de ninguna manera, pueden ignorarse ―pero lo cierto es que casi todos desconocemos―. Pero el fondo de la película es otro. 


La película habla fundamentalmente de un debate, casi inefable, que nos remite al inicio: ¿el fondo debe prevalecer, ante todo, aún, sí para ello, cabe sacrificar las formas o sacrificar las formas implica necesariamente perder el fondo? 


Tratemos de traducir esta cuestión al planteamiento de la película: El personaje de Eddie Redmayne, Tom Hayden ―el que fuera uno de los fundadores del SDS (Students for a Democratic Society)―, puede asociarse a la última afirmación. Pese a coincidir en fondo con sus compañeros activistas y haber ido con ellos de la mano en las manifestaciones, llegado el juicio entra en desacuerdo. 


Mientras Abbie Hoffman (Sacha Baron Cohen) y Jerry Rubin (Jeremy Strong) ―ambos del YIPPIE (Partido Internacional de la Juventud), que encarnarían de forma más destacada el primer axioma― piensan que hay que utilizar el juicio como un altavoz con el que seguir reivindicando el fondo (la revolución cultural), Tom defiende acatar las formas del juicio y defenderse de la falsa acusación primero: si acabamos en la cárcel, no podremos hacer nada por la revolución. 


Jeremy Strong en El juicio de los 7 de Chicago (2020)

Más o menos, el “primero la guerra y después de la revolución” de los marxistas contra el criterio anarquista en nuestra Guerra Civil ―después de todo, este debate puede encontrarse en casi cada conflicto con más de un bando por lado― . 


Espero simplemente que este artículo, que aborda, de la forma más enrevesada imaginable,  una pregunta que no voy a tratar de responder, sirva para hacerles pensar en las películas que ven, mucho más allá de su trama. El cine es, también ante todo, un lugar en el que reflexionar sobre las cuestiones que construyen nuestra sociedad y nos determinan como individuos. Y este último, entre los nominados al Óscar es un ejemplo brillante de ello. 

Comentarios

  1. Me encantan estas reflexiones, gracias!! Ahora que se acerca el 1 de Mayo me vienen a la cabeza los "Mártires" de Chicago, otra historia real de esa misma ciudad que espero que algún día a alguien le dé por homenajear en una película, aunque claro, miedo me da..... Lo dicho, muchas gracias por la reflexión.

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