El cine debería imitar la vida. Esencialmente, y con independencia de rasgos formales específicos, el séptimo arte se ocupa de las emociones. La materia prima de la vida. Es cierto, que en el complejo proceso de canalizarlas, el celuloide puede ―y conlleva, de hecho, un mérito distinguido― alejarse de la realidad tangible o transportarse a otros universos.
Evidentemente, Star Wars (George Lucas, 1977) no imita la vida del americano medio cuando narra la historia de Luke Skywallker, nacido en el planeta Tatooine y aficionado a los vuelos espaciales. Y los films de Henri Chomette (Cinco minutos de cine puro, 1926), con sus formas abstractas, no reflejan cómo era la Francia de principios de siglo. Sin embargo, ambas se ocupan del mismo propósito ancestral que, con toda seguridad, ya preocupaba a los chamanes, varios siglos antes de que Darth Vader destruyera Alderaan: transmitir emociones, escasas en nuestra monotonía de americano medio, pero absolutamente indispensables.
Dando por cierta esta premisa, propongo una segunda: ninguna emoción puede ser comprendida. La mente humana, por mecanismos neurológicos que no nos ocupan, y así lo han demostrado los incontables universos creados a lo largo de la historia del cine, puede imaginar cualquier cosa, excepto su propia existencia. Igual que E.M. Forster afirmaba que puedes estar rodeado de personas que, en realidad, no conoces, es indiscutible admitir que sentimos constantemente emociones que no somos capaces de entender.
¿Si el cine habla de la vida, de las emociones, y estas nos resulta siempre (fuera de la ficción) incomprensibles ―si no es así, ruego, a quien tenga conocimiento de ello, que me explique porqué se enamora de una persona y no de otra (dejando de lado explicaciones de carácter científico sobre segregaciones hormonales)―, por qué hay tanta insistencia en lograr que las películas se entiendan? Por supuesto, la obsesión avenida a los productores, tiene más que ver con la naturaleza industrial del cine.
Sin embargo, atendiendo estrictamente a su dimensión artística, si es que de algún modo ambas son indisociables (que no está claro), ¿no debería guardarse en el cine siempre un espacio a la incomprensión? No accidentada, tan siquiera provocada. No se trata de esconder piedras en puños vacíos. Hablo aquí, en definitiva, de reflejar emociones como son en realidad: confusas, ambiguas, contradictorias. Debemos rebelarnos a favor de lo confuso, de lo ambiguo y de lo contradictorio. Un autor que trata de imitar la vida, debería imitarla con todas sus complejidades. Ninguna película debería, en realidad, entenderse, sino profundamente.
Fotograma de Cinco minutos de cine puro (Henri Chomette, 1926)
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ResponderEliminarMuy buen texto. Falta una palabra al final de la última frase?
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