Coger el metro y otras historias de terror para ver en Halloween.

En un época ―creo que después de más de ocho meses podemos empezar a referirnos a esto como una época sin temor a resultar exagerados ni infundir sospechas― en la que la ficción se ha convertido en una guarida, un refugio contra una realidad más tediosa que nunca, incomprensible la mayor parte del tiempo y terrorífica el resto, hablar, precisamente, de un cine cuya última función es la catártica: asustarnos para hacernos sentir cosas, aparentemente ajenas a nuestro día a día, puede resultar incluso de mal gusto. Suficiente tenemos con coger el metro por las mañanas, como para tener que preocuparnos por asesinos en serie, criaturas de laboratorio, seres diabólicos u otras fuerzas sobrenaturales. Sí, tal vez sea este un ejercicio innecesario. Puede que llegue un punto en el que no tengamos que permitírselo todo al cine. Quizá, al final, después de todo, la ficción deba respetarnos también a nosotros. Supongo que Shakespeare pensó lo mismo cuando escribió Hamlet, tal vez me estoy pasando de la raya con esto y le haga pasar un mal rato a alguien. 


En adelante, ignorando todo lo anterior ―porque probablemente lo pases mal con Hamlet, pero dejar de leerlo no va a hacer que tu vida mejore, todo lo contrario― una lista con otras historias terroríficas, estas sin riesgo de contagio, para que podamos coger entre todos un poco de perspectiva. Entiendo que estés deprimido porque no puedes pasarte el puente de fiesta en fiesta, o visitando a tu familia, pero a ti, por lo menos a ti no te están jodiendo la casa los espíritus de un antiguo cementerio indio.


¿Quién puede matar a un niño? (1976) 


Narciso Ibáñez Serrador, Chicho, el genio que revolucionó para siempre la ficción televisiva de nuestro país, comparado habitualmente con el maestro del suspense, Alfred Hitchcock, al que tenía poco que envidiarle, e influencia elemental para toda una generación de cineastas españoles, sobre todo de género, como J.A. Bayona, Rodrigo Cortés o Alejandro Amenábar.  Con todo, el que sería galardonado con el Goya honorífico por su enorme contribución al cine nacional, solo llegó a filmar dos películas. Tanto en La residencia (1969), como en ¿Quién puede matar a un niño? (1976) nos otorga una visión única, con la infancia como protagonista, verdugo y víctima. Basada en la novela El juego de los niños (1976), de Juan José Plans y rodada con actores anglosajones, esta última nos sumerge de lleno en un relato terrorífico del que es difícil escapar intacto y responde cruelmente a su título. 


Ideal para ver en familia cuando confinen la clase de tus hijos.

La mosca (1986) de David Cronenberg


Una pesadilla kafkiana con elementos decimonónicos dirigida por David Cronenberg, guionista y director canadiense, autor de una treintena de films entre los que confluyen títulos de serie B y clásicos contemporáneos como Crash (1996). Con esta enunciación inicial, es complejo definir mejor la que, probablemente, haya sido una de las obras de género más influyentes de la década del 80’, sino de toda la historia del cine. Un científico cruza, una vez más, los límites permitidos y se ve arrastrado paulatinamente por una transformación abominable de la que te hace cómplice. Siendo lo más terrorífico, en realidad, la pérdida del amor que conlleva su degradación física y moral, con la que es difícil no conectar emocionalmente. Un film, en definitiva, imprescindible para cualquier amante del terror o la ciencia ficción. 


Estaba esperando la PCR y acabo convertido en una mosca.

Los cronocrímenes (2007) de Nacho Vigalondo.


Dirigida por Nacho Vigalondo ―ya entonces nominado al Óscar por su primer cortometraje rodado en 35mm― que interpreta además a uno de los personajes protagónicos, demuestra una enorme inteligencia y proeza envidiable, que convierten al film en un espectáculo continuo. Una historia de ciencia ficción y terror, si fuera posible catalogarla (que en este particular caso lo es, por el egoísta motivo de que forma parte de un ciclo), protagonizada también por Karra Elejalde y Bárbara Goenaga, en el paisaje natal del director cántabro, al que le valdría otra nominación, a mejor dirección novel en los Goya. Viajes en el tiempo, escenas que rozan el costumbrismo por el extremo contrario y una estructura vertiginosa que te sumerge por completo en los laberínticos acontecimientos. 


Las mascarillas de tela también hay que cambiarlas cuando empiezan a tener restos de sangre.

Hotel (2004) de Jessica Hausner 


Jessica Hausner (Little Joe, 2020) se adentra, tras su ópera prima, Lovely Rita (2001), y con las mismas inquietudes, en el terreno del terror psicológico, con influencias eclécticas que remiten, en ocasiones, a David Lynch, Alfred Hitchcock o, de forma más evidente, a El resplandor (1980), con el elemento deslocalizador. Una mujer empieza a trabajar como recepcionista en un hotel en medio del bosque. Pronto descubrirá las misteriosas circunstancias en las que la anterior recepcionista abandonó su puesto, al tiempo que su estancia se vuelve cada vez más tensa. Un drama cargado de simbología cristiana, con alusiones al pecado original, una cámara subjetiva y omnisciente, un diseño de sonido espeluznante y un virtuosismo general que reafirma el despegue de Hausner. 


El sector de la hostelería lo está pasando realmente mal.



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