La batalla de la autoría.

Al segundo día como guionista en un set de rodaje (que no dirige) uno siente el impulso irremediable de dedicarse a la escritura de novelas.

Entre tomas del primer cortometraje que escribí.

Habías escrito EXT. CALLE - PUESTA DE SOL pero se rueda EXT. CALLE - DÍA porque el alquiler del equipo se acababa a las 20:00 ese día y había que devolver la cámara. En el guion (de ahora en adelante guion, que no guión) la línea era algo parecido a: Bésame, mírame, vuelve a besarme y… ¡y dime entonces qué me quieres! Pero asegurate de no mirarme cuando me mientas, y el actor, en un alarde de improvisación, opta por decir: ¡Bésame y dime que me quieres, no me mientas! porque, solo Dios (dios, para ateos y agnósticos) sabe, qué favor le debía el director para que pasara el casting. 

Querías hacer una cinta de terror psicológico. Pero en montaje, el productor teme con lo que, con certeza, son buenos argumentos que el desastre que se ha rodado sea su última película y quiebra personal. Sin solución de continuidad, se ha convertido en dos horas de sonidos muy altos y jumpscares diluidos en lo que era tu argumento, asegurándonos de que nadie se aburre demasiado y puede centrarse en comer palomitas en vez de prestar atención.

Los cambios de guion en el proceso de hacer una película no solo son habituales, sino también inevitables. Desde que el director afronta su propio punto de vista al texto, hasta que el montador trata de contar algo, lo que sea, con los metros que se han filmado (gigas, para los fans de Avengers), tu historia sufrirá tantos cambios como un preadolescente o alguien que trata de evitar la inexorabilidad del tiempo al cumplir los cuarenta. 

Barton Fink (1991)
Cuando la crítica diga alguna impertinencia como “El guion cabe en una servilleta” o “El desenlace se siente como una terrible pérdida de tiempo” mientras la película bate récords de taquilla, podrás entonces sentarte a escribir disfrutando del agua embotellada (que ahora puedes permitirte gracias a los derechos de autor). Es la obligación del guionista aceptar la deriva de su obra como una condición innata a su trabajo. Tanto cuando considera que su calidad ha descendido drásticamente, como en el caso contrario. Aunque este último sea más difícil de reconocer públicamente.

Al guionista no se le invita a las fiestas de fin de rodaje por miedo a que eche algo en las bebidas en un afán vengativo. Si quieres ser guionista y no vivir eternamente amargado porque han cambiado tu escrito, considera seriamente dedicarte a la literatura, no al cine.
Los guiones no son piezas destinadas al consumo y su prosa no debe desprender lírica sino la más absoluta claridad. Pues es, ante todo, una herramienta, que debe brillar por encima de todo en su estructura (En otra ocasión hablaremos de qué es realmente un guion y como no debe confundirse con el argumento).


Cecil B. DeMille, Stan Johnson y Gloria Swanson en Sunset Blvd. (1950)
Esto es así porque la autoría compete siempre al director. Y nunca al guionista, como más de uno, enervado, podría discutir. Una película es la firma personal e indiscutible de una sola persona: el director. Este deberá tomar todas las decisiones que considere oportunas con el libreto y las adversidades que surjan en su realización. Y el triunfo o fracaso de estas decisiones recaerá siempre sobre él en última instancia, nunca sobre sus colaboradores. Es el riesgo que asume quien se dedica a la dirección y su mayor dificultad. Si una escena está mal rodada por un problema de iluminación, consecuencia de un malentendido entre el director de fotografía y un eléctrico, la culpa (más apropiado aquí el término, responsabilidad) no será nunca de ninguno de los dos. Sino del director. Pues su misión primordial es asegurarse de que las piezas concuerden.

Apunte: Esto no significa que todo el mérito de una obra recaiga únicamente sobre el director. Ni que pueda, en ningún caso, trabajar solo. El cine es, ante todo, un arte que exige la colaboración. "Para crear una película hace falta reunir a una legión de técnicos especializados e instalaciones complejas (película virgen, cámara tomavistas, equipo eléctrico, laboratorios...)." (Gubern, 1969, p.9). Unos buenos colaboradores con un buen director lograrán, generalmente, una buena película. Unos buenos colaboradores, sin embargo, con un mal director lograrán, en el mejor de los casos, una película pasable.




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